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La Supervisión de Educación: antes, ahora y siempre

Mª Antonia Casanova

El “antes” de la Supervisión 


Desde “casi” siempre, en los inicios de los sistemas educativos más o menos institucionalizados, se ha sentido la necesidad de contar con personas profesionales que supervisaran su funcionamiento, para garantizar el cumplimiento de las normas emitidas, en el bien entendido que ajustándose a la realidad de cada momento. 


Es mucha la historia de la inspección/supervisión y cuenta con bibliografía suficiente como para poder profundizar en su recorrido y transformación a lo largo de los siglos, desde esa cédula o pragmática de 1370, en tiempos de Enrique II de Castilla, como posible origen histórico más remoto (Montero, 2021, p.16) hasta su creación formal, cuyo 175 Aniversario celebramos en este año 2024, con el Real Decreto de 30 de marzo de 1849. Es ampliamente conocida la frase que aparece en el preámbulo de este decreto, al referirse a los supervisores: “Sin ellos la administración nada ve, nada sabe, nada puede remediar”, que entendemos sigue siendo plenamente vigente. Además, resulta interesante comprobar el sentido de su creación simplemente examinando su denominación: veedores de ciencia y “conciencia”, lo cual nos habla de realidades sociales muy distintas a las que vivimos en la actualidad. 


Sirva esta brevísima introducción, para destacar la importancia que la Supervisión de Educación ha tenido, a lo largo de los siglos, para mantener la calidad educativa exigida en cada etapa histórica. Y también para no olvidar a supervisores ilustres que han dedicado su trabajo y su vida a la educación en nuestro país, incluyendo figuras a las que muchos hemos tenido el honor de tratar y de aprender de su buen hacer (VV.AA., 2021).


La educación en la sociedad actual: sus exigencias


La educación constituye la base de toda sociedad. Pero la sociedad cambia significativamente con el paso del tiempo, en función de los avances que se experimentan en todos los ámbitos del saber: conocimientos científicos, tecnología, neurociencia, humanidades…, por lo cual la educación va modificando sus principios y sus prácticas para acomodarse a las nuevas realidades que, progresivamente, van apareciendo en el contexto de la persona.


La escuela nace con unos objetivos “simples” (enseñar a leer, como meta principal), vistos desde ahora, que nada tienen que ver con lo que, en estos momentos, se lleva a cabo en las aulas. Nada comparable, por supuesto. Al igual que no se reconoce la sociedad actual con la de aquel entonces. La evolución va a la par, aunque, desde un punto de vista estrictamente personal, pienso que la educación va a la zaga de los progresos sociales: siempre varios pasos por detrás, cuando, quizá, debería ir por delante, para preparar a la ciudadanía en su incorporación a la vida social y para que sea protagonista de su historia, sin dejarse manejar (¿o manipular?) por los poderosos medios que nos rodean.

El hecho es que, si tenemos que perfilar los rasgos que definen a nuestra sociedad, podríamos afirmar que, sin ánimo de exhaustividad, esta se caracteriza por:


  • Avances significativos en todos los campos del saber: ciencia, técnica, humanidades, neurociencia.

  • Sociedad del conocimiento, como entorno vital.

  • Movilidad de la ciudadanía a nivel mundial.

  • Diversidad de la población y necesidad de la convivencia entre los diferentes.

  • Difusión generalizada de las tecnologías de la información y la comunicación.

  • Acceso a la información por la mayoría de la población, a través de internet

  • Utilización de las redes sociales, como medio de comunicación y difusión de noticias


Lógicamente, estas características (con repercusiones positivas o negativas, en función de la utilización que se haga de ellas) deberían verse reflejadas en el sistema educativo institucional, ya que si el acceso a la información, al conocimiento, se encuentra al alcance de la mayoría de la población, deja de convertirse en el centro de atención para la educación; será preciso, por el contrario, poner el acento en conseguir que los estudiantes lleguen al dominio de la autonomía en su toma de decisiones, a disponer de un pensamiento crítico y de carácter creativo, a ser capaz de desempeñar diversas funciones laborales, a poseer el equilibro emocional apropiado, a saber cooperar en diferentes acciones, etc. Es decir, que el planteamiento de la organización y del diseño curricular en los centros docentes deberá enfocarse hacia el logro de esas competencias que no se adquieren por otros medios ajenos a la comunicación personal, lo cual implicará mantenerse en actitud de innovación permanente, siempre en el intento de ofrecer la mejor formación para la ciudadanía, de acuerdo con los cambios que se vayan produciendo en la sociedad. Además, considerando esa sociedad cercana en la que se desenvuelve cada persona y atendiendo a su singularidad. En consecuencia, el ejercicio de la autonomía institucional se convierte en una necesidad inaplazable, si, efectivamente, hay que ofrecer respuestas peculiares en función del contexto y del alumnado específico de cada institución.


¿Responde el modelo educativo a las necesidades personales en sociedades democráticas?


En las últimas décadas son constantes las reformas educativas en numerosos países, intentando acomodar la estructura y el contenido de los sistemas a las nuevas necesidades de la población -presente y futura- para incorporarse a la sociedad con las competencias imprescindibles que le permitan llevar una vida digna, tanto a nivel personal, como laboral o social, de forma genérica.


La mayoría de estas reformas pretenden modificar, especialmente, la tradicional enseñanza pasiva para el alumnado, consistente en memorizar unos determinados conocimientos (al margen, en muchas ocasiones, de su comprensión) y repetirlos en un examen como medio de evaluación del aprendizaje, a veces de forma exclusiva. Es un modelo obsoleto que no responde a la formación que precisa actualmente la persona para vivir y trabajar en la sociedad actual. Por lo tanto, aunque con diversas terminologías, los nuevos sistemas inciden fundamentalmente en que las generaciones jóvenes adquieran las competencias clave generadas en la OCDE, para lo cual se hace precisa la aplicación del conocimiento en actuaciones que puedan ser corroboradas externamente. Por otra parte, esto exige estrategias metodológicas que lo permitan y, coherentemente, modelos de evaluación continua, de carácter formativo, que coadyuve a la consecución de las metas deseadas, pues permite detectar las dificultades que surjan durante el proceso de aprendizaje y tomar las medidas apropiadas para superarlas, al igual que observar los talentos y puntos fuertes de las actuaciones llevadas a cabo, en orden a reforzarlos y no perder sus efectos positivos.

La atención a la diversidad, por otra parte, también requiere de estos planteamientos esbozados, pues la convivencia de personas con distintas culturas, lenguas, capacidades, talentos, circunstancias sociales y personales, contextos familiares, etc., exige una personalización en los procesos educativos que el tradicional modelo de enseñanza no puede garantizar en absoluto.


Se está en proceso de aplicación de estas reformas, con la confianza en que el rendimiento del alumnado sea valorado en función de las exigencias sociales de la actualidad, no buscando soluciones en modelos pasados que, evidentemente, no van a resolver la sociedad futura.


La Supervisión de Educación: su sentido en el actual sistema


La Supervisión de Educación, como elemento importante dentro del sistema educativo, tendría, igualmente, que asumir nuevos modos de enfocar su actuación, nuevas formas de realizar sus funciones y, en definitiva, de realizar la supervisión de modo adecuado a la realidad de ahora.


Desde mi punto de vista, creo que se está llevando a cabo este cambio de actuación en el quehacer de las inspectoras e inspectores de educación, si bien a distinto ritmo y, también, dependiendo de la normativa que cada Comunidad Autónoma o Estado establece, determinando las acciones prioritarias para cada año académico. El énfasis que cada Administración ponga en actuaciones concretas condicionará el ejercicio de la función inspectora, inclinando hacia unas u otras tareas su desempeño diario.


Si tenemos que decantarnos por el sentido de la Supervisión en estos momentos, me atrevería a afirmar que tiene más sentido que nunca, precisamente por la variedad de situaciones que se plantean en los centros que componen nuestro sistema, al igual que por la autonomía de que dispone cada uno de ellos para interpretar e implementar la legislación vigente; necesaria, por supuesto, como garantía para la adecuación de las normas a su contexto territorial y a la población que atiende, pero que exige una evaluación interna permanente para asegurar que se está actuando en la dirección correcta y se van alcanzando los objetivos previstos y deseados.


Dada la falta de cultura de evaluación de nuestras instituciones educativas -hay que reconocerlo-, la Supervisión de Educación juega un papel decisivo para avalar que la normativa vigente se está cumpliendo adecuadamente, para valorar hasta qué punto se están implementando medidas que derivan en la mejora del aprendizaje del alumnado y, por supuesto, para asesorar a los equipos directivos, en especial, en campos que le son propios por su formación específica, a la vez que mediar dentro de la comunidad educativa de cada institución, siempre que resulte de interés y de particular conveniencia.


Cuanta más autonomía existe en un sistema, más necesaria es la evaluación, de manera que se garantice la funcionalidad y eficacia del sistema en sus pretensiones, que resultarán la base de la sociedad futura.


En la reciente presentación de una obra acerca de la dirección y liderazgo de los sistemas educativos, uno de los autores y, por supuesto, experto en el tema, opinaba que, tras la publicación de una normativa, lo que faltaba en el sistema era su seguimiento, para comprobar su mejor o peor funcionamiento y poder rectificar en lo que fuera preciso. Mi intervención fue inmediata. Ese seguimiento ya tiene protagonistas profesionales para que se lleve a cabo: los supervisores de educación. Independientemente de que se encargue o no, explícitamente, esa tarea a la Supervisión, la hará de oficio, informando a las autoridades de las situaciones que se vayan creando a partir de la aplicación de cualquier nueva normativa. Lo que es importante es que la Inspección disponga de la suficiente autonomía (ella también) para desempeñar sus funciones y resultar, así, decisiva para el buen funcionamiento del sistema.


Atender a la diversidad, empoderar a los centros docentes como instituciones autónomas, disponer de proyectos educativos propios, difundir las buenas prácticas existentes, internacionalizar las experiencias, promover la evaluación interna permanente… Son muchas las expectativas que tenemos para nuestro sistema educativo, en las cuales la Supervisión de Educación puede aportar su conocimiento y su posibilidad de interactuar, dentro y fuera de cada institución, por su ubicación en la estructura organizativa sistémica. Por eso su función resultará decisiva para alcanzar las metas de calidad que se proponen para ahora y para el futuro.


Funciones prioritarias para una educación mejor: el liderazgo desde la supervisión


Con el paso del tiempo, se comprueba que las funciones de la Supervisión no varían especialmente; en general, suelen ser similares, tanto en diferentes épocas históricas, como en distintos países, aunque adquieran tintes diversos en función del tipo de gobiernos existentes en cada una de estas circunstancias. Además, las exigencias determinadas de una sociedad y el momento de un sistema concreto pueden obligar a desagregar una función por resultar prioritaria y masiva, como ocurrió en España con la actualización de docentes, encargándola a un nuevo organismo dedicado expresamente a la formación. 


En síntesis, las funciones habituales de la Supervisión de Educación (Pérez Figueiras y Camejo, 2009) se pueden concretar en las de control, asesoramiento, evaluación, mediación…, todas ellas encaminadas a garantizar la calidad de la educación para toda la ciudadanía que se encuentre en procesos de formación, en cualquier edad, etapa, institución, etc. Insisto en su finalidad: no se puede perder de vista la meta de la función supervisora/inspectora, para que esta no se convierta en una mera labor burocrática, sino que se dirija al fondo de los factores esenciales para alcanzar esa calidad exigible en estos momentos (Soler Fiérrez, E. (coord.), 1993).


En la legislación actual, se hace hincapié en las funciones de asesoramiento y mediación, importantes sin duda en momentos de reforma del sistema (especialmente en aspectos curriculares), para orientar a los centros en su implementación inicial; no obstante, sin perder el resto de funciones (control, evaluación), cuyo desempeño garantiza la corrección en el funcionamiento sistémico general, a la vez que cumple con esa función no explícita en muchas ocasiones, como es la de servir de elemento de comunicación entre la Administración educativa y los Centros docentes, transfiriendo información (solicitada o de oficio) en ambos sentidos acerca de cómo se está desarrollando la práctica educativa en todos los órdenes de actuación o la incidencia que determinada normativa está teniendo en el sistema.


En consecuencia, la supervisión puede y debe ejercer un claro liderazgo en el funcionamiento de la educación, mediante acciones supervisoras que entran de lleno en las atribuciones que tiene encomendadas. En resumen: supervisión curricular, supervisión organizativa, supervisión de gestión y supervisión docente. Añadiendo, sin duda, las actuaciones relacionadas con la evaluación entendida como factor de mejora institucional continua (Casanova, 2021).


La imagen de la supervisión debe variar, lo que no se logrará con sus acciones de carácter administrativo y burocrático, sino con sus actuaciones académicas que incidan nítidamente en la mejora de la calidad de la educación que recibe el conjunto de la población.


¿Tiene futuro la Supervisión de Educación? Reflexiones para su supervivencia


Aunque sea una visión parcial y, quizá, subjetiva (espero que no), los cauces que se perciben acerca del futuro de las sociedades hacen pensar en que avance la movilidad de la población; en que los modelos educativos se vayan globalizando mediante la influencia de las pruebas evaluadoras internacionales y que confluyen en sistemas similares a nivel mundial; en que, por el contrario, aparezcan movimientos que defiendan lo local frente a esa homogeneidad que todo lo invade, defendiendo así la denominada “glocalización”; en que la tecnología continúe avanzando a pasos agigantados y maneje nuestras vidas sin conciencia plena por nuestra parte; en que la inteligencia artificial o los descubrimientos en física cuántica nos cambien la existencia que conocemos en menos tiempo del que ahora pensamos… En definitiva, pensemos en una realidad muy diferente a la conocida hasta el momento, en la que la relación humana personal se deteriora (ya lo está haciendo) y da paso a otro tipo de comunicación que incidirá positivamente en muchos aspectos -no me cabe duda alguna-, pero que también puede derivar en modificaciones de conducta insospechadas en la actualidad (Pavón, A., 2010).


Y pensemos, también, que la educación es comunicación, personal siempre que sea posible y especialmente en las primeras edades, pues la afectividad y la socialización se consiguen con manifestaciones cercanas, no virtuales (Han, 2021), que podrían quedar minimizadas al máximo, lo que repercutiría en otro modelo de persona, quizá menos humana que la que ahora conocemos.


En este contexto, la Supervisión puede resultar totalmente imprescindible, precisamente para conservar, para mantener esa relación próxima que avale las mejoras paulatinas en la educación, siempre desde un conocimiento y trato profesional y cercano, con perspectiva suficiente como para poder valorar y proponer nuevos retos que garanticen el protagonismo de la persona sobre las circunstancias y elementos que puedan sobrevenir y desbordar, quizá, nuestra vida.


¿Un perfil para la Supervisión de Educación del tercer milenio? 


Nos aventuramos a proponer algunas características de las y los supervisores que serán importantes para mantener la actualidad de la función, siempre en una posición estratégica dentro del sistema, y que permita continuar avanzando de modo permanente en una sociedad cambiante, fluida (Bauman, 2022), incierta (Morin, 1999).

Pensamos en un profesional:


  • Buen comunicador

  • Competente para coordinar equipos

  • Capacitado en la resolución de conflictos

  • Dominando la inteligencia emocional y con personalidad equilibrada

  • Con habilidad informática y digital, en general

  • Con pensamiento crítico y divergente

  • Capaz de realizar propuestas asertivas

  • Con actitud de aprendizaje permanente


Además, hay que destacar especialmente la importancia de mantener la independencia profesional de la Supervisión de Educación, si se quiere que su función resulte realmente efectiva; que ofrezca, en definitiva, información válida y fiable sobre el funcionamiento del sistema y no la que pueda resultar más “amigable” para la Administración en determinados momentos. Es evidente, para los que hemos ejercido y están ejerciendo funciones de supervisión, el dilema que se presenta en ocasiones para actuar: ¿con obediencia debida o con responsabilidad crítica? (Reyzábal, 1993, pp. 95-110). Claramente, la inspección respetará las normas y a las autoridades, pero también debe cuestionar las irregularidades que surjan y mantener una ética profesional crítica, para cumplir su función eficazmente (Torres Vizcaya, 2021). Por el bien de la educación y de la función supervisora, esperemos que estos planteamientos sean sostenibles y aceptados por todas las partes.


 Bibliografía


  • Bauman, Z. (2022). Modernidad líquida. Fondo de Cultura Económica.

  • Casanova, M.A. (2021). La inspección educativa debe innovar y liderar, no solo controlar, en The Conversation, 23 de septiembre. www.theconversation.com

  • Han, B-Ch. (2021). No-cosas. Quiebras del mundo de hoy. Taurus.

  • Montero, A. (2021). Veedores de ciencia y conciencia. Orígenes y constitución de la Inspección de Educación. La Muralla. 

  • Morin, E. (1999). Los siete saberes necesarios para la educación del futuro. Paidós.

  • Pavón. S. (2010). La supervisión educativa para la sociedad del conocimiento. La Muralla.

  • Pérez Figueiras, E. y Camejo Echemendía, D. (2009). Síntesis gráfica de supervisión educativa. La Muralla.

  • Reyzábal, M.V. (1993). La inspección, entre la “obediencia debida” y la responsabilidad crítica, en Soler Fiérrez, E. (coord.). Fundamentos de supervisión educativa. La Muralla.

  • Soler Fiérrez, E. (coord.) (1993). Fundamentos de supervisión educativa. La Muralla.

  • Torres Vizcaya, M. (2021). Deontología de la inspección educativa. La Muralla.

  • Vázquez Cano, E. (coord.) (2017). La inspección y supervisión de los centros educativos. UNED.

  • VV.AA. (2021). Historias de vida de la inspección. Anaya


Adaptado del artículo publicado en Cuadernos de Pedagogía, en el monográfico dedicado a la Inspección de Educación en octubre de 2024.


 
 
 

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