La sociometría al servicio de las metodologías activas
- Dra. Ma Antonia Casanova

- 7 oct
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Dra. Mª Antonia Casanova
Los cambios acelerados en el modelo de sociedad exigen, también, cambios en el modelo educativo, de manera que no se quede obsoleto y pueda continuar siendo la pieza clave que siempre ha representado para los avances de la humanidad.
En la actualidad y, a la vista de las frecuentes normas legales que van apareciendo en los diferentes países, parece que las Administraciones educativas pretenden encontrar un sistema institucional que ofrezca respuestas válidas a la sociedad actual y, si es posible, futura, a pesar de la incertidumbre que nos rodea. La persona debe estar capacitada para afrontar las nuevas realidades y eso tiene que derivar en un modelo educativo coherente. En ese camino parece que estamos.
Por ello, las posibles innovaciones se van centrando en las estrategias metodológicas que se aplican en las aulas, pues, en definitiva, a través de ellas es cómo los estudiantes aprenden a manejarse de modo autónomo, a cooperar con sus compañeros, a buscar la información necesaria para avanzar, a debatir respetando otras ideas, a evaluar sus propias actuaciones, a desarrollar ese pensamiento crítico tan importante…, es decir, a vivir en la escuela tal y como tendrán que desenvolverse en la sociedad.
En consecuencia, vemos que las metodologías activas se están convirtiendo en protagonistas de la educación, aunque no sean exclusivas. Juegan un papel importante en el desarrollo personal y social del alumnado, sin duda alguna. Este planteamiento exige, lógicamente, distintos modelos de agrupamiento de los alumnos para poner en práctica cualquiera de las estrategias activas que se seleccionen: método de proyectos, aprendizaje basado en retos, en problemas, en tareas y un largo etcétera en el que podemos elegir las más adecuadas en cada momento. Ya no vale que los alumnos estén sentados individualmente, uno detrás del otro, sin comunicarse y sin verse las caras; es decir, sin posibilidades de compartir ni de colaborar.
Pero para organizar los diferentes equipos de trabajo previstos en cada actividad, resulta fundamental que el docente conozca a fondo las relaciones establecidas dentro del grupo y su mayor o menor cohesión, ya que, como es sabido, el clima del aula correlaciona directamente con el éxito escolar y el contar con ese dominio por parte del profesor le permitirá superar la falta de ese “buen tono” relacional imprescindible para que el estudiante “aprenda”. Hay que sentirse aceptado, tranquilo, interesado, a gusto, con confianza, comprometido…, para evolucionar al ritmo debido. Esto supone que el docente tiene que poder decidir quién compone cada equipo en cada momento: en unas ocasiones permitirá que los equipos se conformen espontáneamente, pero en otras será él quien decida su composición para lograr el clima adecuado de trabajo que permita avanzar hacia el logro de las competencias y objetivos pretendidos.
Paradójicamente, hace unos años se estudiaba y se aplicaba la sociometría en los centros, con objeto de conocer esa coherencia interna de los grupos, cuando prácticamente casi no se trabajaba en grupo. Se conocían, así, las preferencias intelectuales, afectivas o rechazos posibles solamente por las relaciones que se establecían fuera del aula (en los recreos, en el comedor) o las referencias en cuanto a nivel de aprendizaje que percibían unos de otros por lo que exponían cuando les preguntaba su profesor. Pero el margen de maniobra que se tenía para modificar el nivel de coherencia existente no era el ideal, dado que una organización rígida y una metodología a base de memorización academicista no ofrece muchas posibilidades de cambio relacional.

Y en estos momentos, en los que sí se puede intervenir en la conformación de equipos diversificados, parece que nos hemos olvidado de la sociometría como herramienta valiosa para conocer las preferencias o rechazos de nuestro alumnado, permitiendo conseguir variaciones en sus relaciones que favorezcan ese compromiso, esa emoción conjunta que nos aconseja la neurociencia para crecer como personas y como aprendices.
Un breve recordatorio acerca de qué es y cómo aplicar la sociometría. En palabras de su iniciador (J.L. Moreno), digamos que la sociometría es el “estudio de la evolución de los grupos y de la posición que en ellos ocupan los individuos”. Para llegar a este conocimiento, se aplica un test, preguntando a cada sujeto por sus preferencias intelectuales (con quién te gusta “estudiar, trabajar”), sus preferencias afectivas (con quién te gusta “jugar, divertirte”) y sus posibles rechazos. A partir de ahí, se genera el sociograma o el psicograma, donde se refleja el grupo gráficamente, lo cual facilita la visión de cómo está conformado internamente y la orientación hacia cómo trabajar organizativa y metodológicamente para modificar lo necesario y lograr un grupo con una cohesión aceptable y, en consecuencia, un clima de aula que favorezca el aprendizaje de todo el alumnado.
¿Qué información nos ofrece la sociometría?
La existencia de algún líder (positivo o negativo) en el grupo
El número de alumnos “ignorado” (a los que nadie elige para ninguna actividad)
Los grupos que se han conformado en el aula
La existencia de algún alumno rechazado de forma general
El grado de aceptación de cada alumno dentro del grupo
¿Cómo nos permite actuar la sociometría?
Conformando equipos de trabajo que colaboren en el conocimiento mutuo de todo el alumnado
Aprovechando al líder para conseguir la cohesión grupal
Proponiendo equipos espontáneos para determinados trabajos y de otros propuestos directamente por el docente para incorporar al alumnado no elegido
Interviniendo directamente para superar el rechazo hacia algún estudiante por parte del grupo (tomando las medidas oportunas con el sujeto, con el grupo o con actuaciones externas necesarias)
Favoreciendo la colaboración con las familias para lograr una mejor cohesión grupal
A la vista de las ventajas que ofrece esta sencilla aplicación, parece importante recuperarla, pues, como antes queda señalado, será una importante colaboradora para conseguir que las estrategias metodológicas que ahora se aplican resulten, además de positivas para el aprendizaje, lo sean para conseguir una educación inclusiva real y un ambiente de aceptación mutua que favorezca la cohesión social en el centro y, en consecuencia, en la sociedad.
La escuela es un centro social, no lo olvidemos, en el que se gesta la sociedad futura y, por lo tanto, la toma de decisiones o su inhibición repercutirán decisivamente tanto en el desarrollo personal, como en la conformación de uno u otro modelo de convivencia. Decidamos.
Publicado en Cuadernos de Pedagogía, 6 de octubre de 2025
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