top of page

La interculturalidad como riqueza y no como renuncia

Actualizado: 19 ago 2024

Mª Antonia Casanova


El miedo a lo desconocido y la renuencia al cambio son factores que dificultan enormemente la aceptación de las novedades de todo tipo que aparecen a lo largo de la vida, tanto a nivel individual como social. Además, esta reacción se produce en todos los ámbitos posibles: técnicos, profesionales, culturales, ideológicos, etc. Sin embargo, en el mundo global en el que ahora vivimos, parece trasnochada esta postura, dado que cada día que pasa aparecen novedades en todos los campos citados, y también en los contextos personales en los que nos movemos, en todos. Porque la movilidad es una característica de nuestra sociedad y la coexistencia de diversas culturas es un hecho en nuestro entorno. Vivimos juntos múltiples ciudadanos de distinta tradición, religión, gastronomía, vestimenta, música, teatro, juegos, costumbres de vida, arte… Procedemos de diferentes pueblos y ahora nos encontramos unidos en un mismo espacio, presencial o virtual, pero con fuerte relación que, sin duda, influye en el desarrollo y en el futuro inmediato de todos.


Es un hecho irreversible, por el momento. Hay países en los que esta situación se ha dado desde siglos atrás, pues la población indígena se mantiene y las migraciones (bélicas o pacíficas) han creado una cultura generalizada que ha dejado en minoría a las originales. En otros países, esta circunstancia se ha producido en las últimas décadas debido a migraciones de carácter económico, en casi todos los casos, si bien hay que reconocer que la movilidad de la persona se produce también por motivos culturales, de investigación, de aventura… Siempre ha sido así, si bien ahora los cambios sociales son más rápidos, por la facilidad de traslado de unos lugares a otros, lo que puede originar ese “miedo al cambio” o “miedo a lo desconocido” con el que comenzábamos este comentario.


Para empezar a abordar el presente y futuro cultural en que nos encontramos, hay que partir de que no hay que hablar de “cultura”, como coto privado de una élite social, sino de “culturas” como modo de vida y costumbres de cada pueblo. Y es en ese sentido en el que podemos afirmar que las culturas son aprendidas, implican modos de interpretar la realidad, son simbólicas, son compartidas, son mecanismos de adaptación…, y son cambiantes, dinámicas y abiertas, creativas, por mucho que nuevas corrientes racistas o determinados intereses intenten presentarlas como rígidas, inadaptables, estáticas o cerradas. El que no vea los cambios que día a día se producen a su alrededor, gracias a las diferentes culturas que conviven, es que no los quiere ver, aunque nos afecten a todos.


Nuestra sociedad es una encrucijada de culturas y hay que optar por el modelo de convivencia que queremos potenciar. Si el modelo es democrático, respetuoso de las diferencias y promotor de la riqueza cultural de todos, la educación, la escuela debe ser también ese tejido de culturas en el que las personas que crecen, que se desarrollan, lo hagan en el mutuo conocimiento, valoración, convivencia e intercambio de lo positivo de las culturas en relación, ya que la endogamia empobrece a las familias, a las instituciones y a los pueblos. No hay que pedir renuncias a la propia identidad, sino respeto y aceptación de los elementos que nos enriquecen. 


Es necesario superar los fenómenos de resistencia e inercia que pueden acompañar a las distintas culturas, para hacer desaparecer de nuestro vocabulario (y de nuestra mente) palabras que conforman murallas que, una vez levantadas entre las personas, serán difíciles de derribar: raza, estereotipo, prejuicio, xenofobia, extranjería, exclusión, pobreza… Las tenemos entre nosotros y, no obstante, existen numerosos estudios e investigaciones que apoyan su desaparición por responder a intereses irracionales que, desgraciadamente, subsisten aún en esta tercera década del siglo XXI. Hablando con sinceridad, cuando de las circunstancias de una cultura desaparece la pobreza, casi han desaparecido la totalidad de los miedos y los prejuicios hacia ella. Por eso es posible luchar por la igualdad de culturas, luchando contra la desigualdad social y económica, clave para la aceptación de unas u otras costumbres entre las personas. Desde la ignorancia, se identifica pobreza con incultura y riqueza con civilización. Por lo tanto, ahora ya tenemos en nuestra mano la llave para alcanzar la interculturalidad sin prejuicios.


El planteamiento educativo intercultural exige una educación inclusiva que revise los principios de todas las culturas que conviven, rescatando lo positivo, lo saludable, lo que ayuda a perfeccionar a la persona y eliminando lo discriminatorio, lo irrespetuoso con los demás, lo vejatorio de algunas costumbres… Así no se exigen renuncias inentendibles, sino que se asume esa supracultura que de hecho se está creando en los ambientes donde la realidad del pluralismo cultural aparece, que resulta novedosa, interesante, retadora, porque nos conduce hacia una nueva realidad, que está presente ya a nuestro alrededor si queremos verla, que debe ser mejor, superior, superadora de situaciones inaceptables en el mundo actual y que debe lograrse, con naturalidad, en el medio escolar intercultural que refleja la sociedad en que vivimos.


Madrid, 2024

Comentarios

Obtuvo 0 de 5 estrellas.
Aún no hay calificaciones

Agrega una calificación
bottom of page