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La calificación numérica, ¿mejora la calidad de la educación?

Actualizado: 19 ago 2024

Mª Antonia Casanova


En las últimas reformas que se están produciendo en diferentes países, en busca de un mejor sistema educativo, que derive en aprendizajes reales para los estudiantes, la evaluación está jugando un papel importante en lo que se refiere a sus planteamientos básicos y a su práctica en las aulas.


Se aboga, en general, por un modelo de evaluación formativa, pero, a la vez, se suele solicitar por parte de las Administraciones, la transformación en un número del cúmulo de aprendizajes y desempeños que haya adquirido el alumnado en un determinado periodo de tiempo. Parece que “el número” ofrece garantías de objetividad y calidad educativa.


No obstante, no se dan las razones en las que se fundamente esta afirmación. Porque, realmente, ¿en qué mejora la calidad una calificación numérica? En cualquier caso, solamente es el reflejo final de un proceso de aprendizaje que ya no resuelve los problemas o dificultades que se hayan podido producir a lo largo de un periodo educativo. Nada más. Y tampoco ofrece información sobre esta problemática, por lo que no favorece que se pueda superar en el periodo siguiente. 


No se sabe, por tanto, en qué mejora o empeora la calidad de la educación el otorgar un número al aprendizaje del alumnado, para que este sea defendido, en muchos casos, de forma totalmente radical. 


Desde mi punto de vista personal y profesional, tanto las familias como el profesorado deberían exigir precisamente todo lo contrario a la hora de recibir información sobre el momento de aprendizaje en que se encuentra una alumna o alumno; es decir, solicitar un informe en el que se le describa claramente lo que ha aprendido, las barreras que ha encontrado y que es preciso superar, los talentos que ha demostrado y que es necesario reforzar… En fin, una información completa acerca de cómo avanza su hijo/alumno, para poder seguir con cierta seguridad en su desarrollo de capacidades o talentos y en la adquisición de las competencias que nuestra sociedad requiere.


Pero eso no lo permite un número, ni una palabra. Hay que escribir un poco más para facilitar los datos importantes de la evaluación continua y promover la colaboración activa entre la familia y el centro al objeto de lograr una “buena educación” para nuestras jóvenes generaciones.


Examinemos un poco más despacio ambas propuestas.


El tradicional modelo de evaluación encaja bien con una enseñanza que pretende (al menos, formalmente) que el alumnado adquiera unos conocimientos concretos, mediante unos métodos determinados, habitualmente basados en el estudio, la memorización y la repetición de los mismos. En definitiva, un modelo de evaluación academicista, cuyos resultados se expresan numéricamente, que puede caracterizarse con las siguientes afirmaciones:


  •  Es simplista y reduccionista en cuanto a los resultados del aprendizaje: un número no expresa todo lo que es capaz de aprender un estudiante.


  • Favorece la comparación, la selección, la comprobación, la clasificación…, basadas en una cifra que no tiene el mismo significado en todos los casos. Todo depende del profesor que la emite, de las expectativas acerca del alumno, de los criterios seleccionados; datos que, por otra parte, no se explicitan en modo alguno.


  • Se sitúa al final de los procesos, lo cual impide tomar medidas de mejora en el momento oportuno.


  • Tiende a homogeneizar a la población, al aplicar la misma prueba para todos, sin considerar las peculiaridades de cada alumno.


  • Utiliza el número como expresión de los resultados, por lo que no ofrece la información necesaria acerca de los aprendizajes alcanzados o no, para poder avanzar con el suficiente conocimiento de la situación singular de cada alumno.


No parece, por tanto, que la aparición del número como resultado de la evaluación de aprendizajes colabore en absoluto a mejorar la calidad educativa que recibe el alumnado, puesto que no proporciona información adecuada para seguir adelante sobre bases seguras acerca del punto en el que se encuentra cada estudiante.


Por el contrario, si se aplica un modelo de evaluación formativa y, por lo tanto, continua, es decir, que evalúa los procesos que se van produciendo progresivamente, se hace posible variar todas las premisas expuestas anteriormente, puesto que:


  • Favorece la descripción cualitativa de los aprendizajes, al describir lo conseguido y lo que queda pendiente de alcanzar.


  • Evita el número para eliminar las comparaciones inadecuadas.


  • Fomenta la cooperación, no la competitividad; los alumnos conocen los talentos y las dificultades de sus compañeros, lo que favorece la colaboración activa en trabajos comunes.


  • Promueve la autoevaluación y la coevaluación, al ser conscientes de los logros y los aprendizajes pendientes, tanto suyos como de sus compañeros.


  • Desarrolla el pensamiento crítico, al favorecer la reflexión individual y grupal acerca de lo conseguido y las causas probables de lo no alcanzado, lo cual obliga a comparar diferentes posturas ante un mismo hecho.


  • Propicia el desarrollo de la autonomía personal y la competencia de aprender a aprender, pues se les ofrecen datos sobre sus consecuciones y dificultades.


  • Facilita la colaboración de las familias con la escuela en la educación del alumnado, pues esta recibe la información necesaria para saber en qué puede apoyar a sus hijos para que sigan adelante.


En definitiva, la respuesta al título de este comentario, es que la evaluación que ayuda a mejorar la calidad de la educación es la que describe la situación del alumnado en relación con sus aprendizajes: un informe de evaluación que aporta datos significativos para conocer el momento de desarrollo en que se encuentra y, por lo tanto, permite superar las barreras que hayan podido presentarse en cada momento, sin esperar a que pasen dos o tres meses, se aplique un examen y aparezca un número que no dice casi nada y que, además, llega tarde, pues cuando se conoce ya ha transcurrido demasiado tiempo y se han perdido múltiples oportunidades para seguir aprendiendo. La evaluación continua, formativa y descriptiva favorece el conocimiento personal y profundo del alumnado y permite adecuar el modo de enseñar su modo de aprender; es decir, promueve la adecuación del sistema al alumno, no insistiendo en que siempre sea este el que deba adaptarse al sistema.


Por otra parte, hay que afirmar rotundamente que, si cambia el modelo de evaluación, deberá cambiar también la metodología, pues no es posible valorar en un examen las actitudes, el desempeño de las competencias o, incluso, muchos propósitos relacionados con contenidos imposibles de evaluar por escrito (por ejemplo, la comunicación oral). Y mucho menos calificar estos aprendizajes con un número. Recordando a Mafalda, ¿cómo calificaremos…? ¿poniendo un 0 en sinceridad? ¿O en cooperación, en respeto a los demás, en autonomía, en aprendizaje permanente, en pensamiento crítico…? Será obligado, por tanto, utilizar estrategias metodológicas activas, cooperativas, interdisciplinares, comprensivas…, que permitan valorar lo esencial de la educación, dando sentido al aprendizaje y derivando en aprendizajes reales, no de los que desaparecen entre junio y septiembre. En consecuencia, la evaluación tiene que ofrecer información de lo conseguido en esas competencias que son la referencia final para constatar si la persona está preparada para incorporarse a la sociedad en condiciones de llevar adelante su propio proyecto de vida. 

 

Cierro con la segunda recomendación del documento de UNESCO Reimaginando la educación: “Reemplazar el credencialismo y la meritocracia que enfrenta a los individuos entre sí, con la potencialidad, que se enfoca en uno mismo y en la evaluación del crecimiento personal a lo largo del tiempo”. Más en concreto, explicita que los responsables de las decisiones en política educativa deberán tomar medidas «que permitan centrarse en el potencial de cada uno y evalúen el proceso de aprendizaje individual, en lugar de centrarse en una evaluación basada en calificaciones o méritos y comparar a los alumnos entre sí»


Madrid, 2024

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